Nota importante: este texto corresponde a la edición de agosto de 2022 de La guardiana del Santo Reino y se concibió para que apareciera tras el final de la historia. En él, doy las gracias a diversas personas que me han ayudado y explico un poco cómo y por qué escribí esta novela. Si no quieres estropearte la experiencia, te recomiendo que antes leas el libro. En todo caso, si la curiosidad te puede, tampoco encontrarás aquí nada demasiado grave.
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En el albor de los tiempos, cuando mito y cuento eran indistinguibles, mucho antes de que existieran palabras como novelista o escritor, los hombres ya contaban historias. Me gusta imaginármelos de noche alrededor de una hoguera y escuchando con atención a uno de ellos con mejor memoria, o tal vez con mayor destreza que sus semejantes. Quiero pensar también que soy el lejano heredero de aquellos primeros narradores, cuyos pasos aspiro a seguir. Esta idea siempre me recuerda a mi abuela, que de niño me contaba cuentos de violencia y sangre, libres de la censura y el buenismo de nuestros días; puros, amorales y trasmitidos de boca a oído durante siglos.
Lo que tanto este cuentista primigenio como mi abuela tienen en común es que ambos, tras el colorín colorado, este cuento se ha acabado, no explicaban el significado de la historia. Se limitaban a contarla. Esto no es algo casual, pues como dijo Umberto Eco acerca de su famosa novela El nombre de la rosa: «El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?».
Nos encontramos en el otro lado de la cuarta pared, donde los muros de la ficción caen y puedo hablarte directamente. Vaya por delante que te amo mucho más de lo que piensas, porque tus ojos dan voz a mis palabras; pero aun así no puedo, ni debo, explicarte punto por punto el significado de las aventuras de Carolina. Como mucho, puedo darte la misma pista que le dio el sinólogo Stephen Albert al espía Yu Tsun en el maravilloso cuento de Jorge Luis Borges El jardín de senderos que se bifurcan: «En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es la única palabra prohibida? […] Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizás el modo más enfático de indicarla».
Sin embargo, lo que sí puedo decirte es cómo nació esta historia.
La guardiana del Santo Reino es la precuela de otra novela, muchísimo más larga y compleja, que comencé en junio de 2016, protagonizada por un tipo llamado Lucas y donde Carolina es un personaje secundario.
Sé que resulta poco ortodoxo publicar la precuela antes que la obra original —a falta de un nombre mejor—, pero la vida es extraña y las cosas no siempre salen como uno las planea. De todas formas, no debes alarmarte: el orden en el que leas estos dos libros resulta indiferente, aunque creo que la experiencia será ligeramente distinta en un caso y en otro.
Este, que tienes entre las manos, surgió con el objetivo de presentar una novela corta a un certamen literario —que no gané, cosa de la que ahora me alegro—, pero sin tener que alejarme del mismo universo narrativo de mi otra obra para que siguiera fresco en mi mente. El primer borrador, que realicé en poco más de un mes alrededor de enero de 2017, era muy distinto de La guardiana del Santo Reino que acabas de terminar. Tuve que reescribirlo varias veces entre los años 2017 y 2022, pues el Mundo Real™ es implacable y no siempre tuve tiempo para buscar le mot just —«la palabra exacta»— de la que hablaba Flaubert y que tanto me obsesiona. Aunque este proceso me sirvió para perseguir la respuesta a una pregunta que, al menos para mí, era importante: ¿quién es Carolina?
Por último, también me valió para poder decir, sin vergüenza alguna, que soy novelista. Después de todo, se supone que los novelistas escriben novelas y hasta entonces no había acabado ninguna. O mejor dicho, ninguna decente. Pero esta vez sí que estoy muy orgulloso de mi niña, de mi hija, y quiero que el mundo vea lo hermosa que es. Aunque a muchos les parezca fea, poco inteligente o despistada, yo la quiero con sus defectos y sus virtudes. La quiero con locura. Y mal padre sería si no la defendiera, ¿no crees?
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Escribir es una labor ingrata y solitaria. Muy solitaria. El romanticismo del escritor recluido en su estudio, con sus musas y sus demonios, creo que solo seduce a aquellos que nunca se han puesto en serio a escribir una novela. Las veces que he querido tirar el ordenador por la ventana y dedicarme a otros asuntos han sido numerosas. Aunque a lo largo de estos últimos años —tan duros y crueles, sacudidos por acontecimientos mundiales que nos marcaron a todos y que me niego a nombrar directamente aquí—, una serie de personas me han hecho sentir menos solo.
Siempre he pensado que la sección de agradecimientos, en todas y cada una de las novelas que he leído, sobraba completamente. Que no eran más que un tostón de párrafos sin ningún valor, salvo para los mencionados y el propio novelista. Pero ahora que estoy al otro lado de la cuarta pared, me veo en la obligación de hacer lo mismo que tantas veces he criticado. Espero no dejarme a ninguno de mis amigos y camaradas del Escuadrón M., ¡descansen, soldados! Lo hemos conseguido.
Esta novela se la dedico a los fundadores del grupo de WhatsApp Carolina Best Girl, Antonio López y Ana Camacho, ¡espero que estéis orgullosos de vuestro senséi! A mi madre, Isabel Escabias, y mi abuelo, Pedro Escabias; ojalá pudierais tener este libro entre las manos —aquel crío al que le gustaban los animales y los dinosaurios, y que tanto amabais, no se ha olvidado de vosotros: os sigue queriendo—. Por supuesto, y como adelanté al principio, a mi abuela, María González, la persona más fuerte y noble que he conocido. A mis amigos Sebastián, de Argentina, y José, de Venezuela, por leer el borrador de esta historia y hacer memes sobre ella. A mi profesora de inglés, Ana Crespo, por tratarme como a un adulto cuando era niño. A Jessica Luna Santana por su incondicional apoyo. A Sandra Batlle por estar ahí cuando la necesitaba. A Marc Kaslana por su amabilidad, su buen corazón y nuestras largas charlas sobre novelas visuales. A mi filólogo de confianza, Ignacio J., por resolver mis dudas sintácticas, gramaticales y ortográficas a altas horas de la madrugada. A Luisa Kotoishi por ser un ángel en un mundo de tinieblas. A Eli Aranda por todas las veces que alabó la novela. A mis editoras de Wave Books, Karolini Scandiuzzi e Irene Comendador, por hacer posible este libro. A Silvia Ibars, Jorge Ruiz, Ángela Ferris, Cristian Blanco y muchos otros lectores valientes que no he mencionado, pero que le dedicaron su tiempo, y sus amables palabras, a alguien que decía ser escritor sin esperar nada a cambio. A todo aquel que sufre en silencio.
Y por supuesto, a mis enemigos. Porque ellos me hicieron fuerte.
M. ESCABIAS
Jaén, capital del Santo Reino
Jueves, 20 de enero de 2022